El debate en torno a la crítica de literatura
como género periodístico en el campo cultural español
como género periodístico en el campo cultural español
Asier Arévalo
Billelabeitia
Universidad del País
Vasco
Resumen: Lejos de agotarse, el debate en
torno a la crítica como género periodístico ha generado en los últimos años un
importante número de artículos y monográficos en revistas y suplementos del
ámbito cultural español. Este trabajo analiza cuáles son los ejes de este
inveterado debate.
Introducción
A finales de 2004 el
suplemento cultural de El País, Babelia, publicaba una
crítica de Ignacio Echevarría en la que de manera rotunda desaconsejaba la
lectura de la novela de Bernardo Atxaga El hijo del acordeonista.
Una novela publicada por Alfaguara, editorial perteneciente al mismo grupo
que El País. Esta crítica adversa -una bomba de destrucción
masiva en palabras de Lluís Bassets, entonces director adjunto del
diario- provocó la defenestración del crítico y dio pie a un duro cruce de
reproches que culminó con una carta firmada por conspicuos colaboradores del
diario y personalidades del campo cultural español en la que expresaban su
preocupación por el daño que había sufrido la credibilidad del periódico [1].
Un año después
Ignacio Echevarría publicó Trayecto, un volumen en el que
recopilaba una muestra significativa de sus textos críticos. El libro se abre
con un interesante prólogo en el que el crítico sostiene que “el delicado
equilibrio de intereses que hace posible la crítica ha sufrido, en los quince
años en que yo he ejercido el reseñismo literario, un deterioro progresivo, en
los últimos años galopante”[2]. Así, y lejos de que aquella polémica
sirviera para modificar algunas rutinas que afectan al desempeño de la crítica
de literatura en los suplementos culturales de los diarios de información general,
el caso Echevarría se inscribe en el contexto descrito por
Domingo Ródenas Moya:
Una de las
características de estos últimos años es la frecuente puesta en cuestión del
estatuto de la crítica de prensa por parte de los mismos que la hacen posible,
lo que ha generado un metadiscurso crítico concretado en monográficos de
suplementos y revistas dedicados a la crítica de la crítica y en reflexiones
nada improvisadas de los propios críticos, que ponen el grito en el cielo ante
la indigencia, servidumbre mercantil o ineptitud y arbitrariedad de la crítica
de prensa” [3].
En efecto, un
análisis del corpus de artículos y monográficos dedicados a la crítica
literaria de prensa confirma, por un lado, que se ha convertido en un debate
recurrente en las páginas culturales de suplementos y revistas culturales; y,
por otro, la asunción por parte de las instancias que conforman el campo
literario de que estamos ante un género en crisis.
Con todo, el debate
no es nuevo porque, como ya apuntaba Theodor Adorno allá por 1952, la culpa de
la esterilidad de la crítica quizá haya que buscarla en la neutralización de la
cultura. Una hipótesis que pone de manifiesto el carácter inveterado del debate
y que nos lleva a preguntarnos si no será ese escenario de crisis que todos de una
manera u otra describen el hábitat natural de la creación cultural y su estudio
crítico.
Acerca de la honradez
Dando por buena la
expresión empleada por T. S. Eliot para titular su célebre trabajo,
adentrémonos en el complejo discurso de la crítica de la crítica admitiendo que
la legitimidad del recensor se construye teniendo en cuenta que debe reunir dos
supuestos: que tenga gusto y lo manifieste honradamente. En palabras de
Constantino Bértolo, “aunando dos ámbitos: el ético y el estético” [4].
Quizá debido a la dificultad de articular una reflexión que indague los
mecanismos que conforman el gusto literario, lo cierto es que la mayor parte de
las reflexiones que ponen en entredicho la institución crítica de nuestros días
hacen alusión a la ética, o más concretamente a la falta de ésta. Teniendo en
cuenta el proceso de mercantilización del sector editorial, este déficit ético
vendría determinado en buena medida por la influencia que el contexto ejerce
sobre el ejercicio crítico. Así, el propio Bértolo lamenta que la ruta por la
que transita la crítica “parece haberla convertido en un mero apéndice de la
industria editorial” [5].
Como opina Hans
Magnus Enzensberger, antaño “los críticos eran gente independiente, que debían
su fama única y exclusivamente a su trabajo y no a una institución o una
industria al servicio de las cuales trabajaban” [6]. En la
actualidad, sin embargo, “el crítico ha abandonado la sociedad porque ya nadie
tiene necesidad de él y la literatura de la que él hablaba ha perdido también
la importancia que tuvo” [7]. En este nuevo contexto que describe
Enzensberger, “la recensión de libros acaba siendo sustituida por columnas
lapidarias: la solapa, el libro recomendado, los best-séllers y el anuncio
publicitario” [8].
En mayor o menor medida,
el escenario que describe el ensayista y poeta alemán es compartido por buena
parte de los que integran la institución crítica. Así, Santos Sanz Villanueva
confiesa que “el crítico, hoy, padece la soledad del corredor de fondo, su
recorrido sortea continuos obstáculos que dificultan, oscurecen o trivializan
su esfuerzo, y no está muy claro que logre alcanzar ninguna meta al final de la
carrera” [9].
En este contexto, la
crítica literaria, resentida por su escasa influencia social, abandona el
protagonismo de antaño para ocupar estancias más modestas en las que se limita
a sobrevivir o, enrabietada, comienza a predicar un evangelio de esteticismo
fundamentalista, en feliz expresión de Germán Gullón [10]. Opciones
que en ningún caso satisfacen el legítimo derecho de los lectores a estar
informados de lo que acontece en la actualidad literaria y de lo que merece ser
leído. Una función esencial de este tipo de crítica muy presente, como no puede
ser de otra manera, en el metadiscurso crítico que se articula sobre tres ejes
fundamentales: la elección de las obras, las relaciones personales y el perfil
del crítico.
La elección de las obras
“Los responsables de
los suplementos literarios”, escribe Luis Goytisolo, “saben mejor que nadie de
las presiones directas o indirectas a las que autores y editores suelen someter
al crítico” [11]. Ahondando en esta sensación de desamparo de la
crítica, el propio Sanz Villanueva considera que “la mediación fundamental y
por tanto la influencia decisiva no reside en el crítico sino en el medio. El
crítico más importante de un periódico es el propio periódico” [12].
En efecto, la primera tarea crítica la lleva a cabo el propio periódico: elegir
los títulos que se van a reseñar. Una elección que, teniendo en cuenta la
ingente cantidad de libros que se editan en nuestro país, nos da una idea de la
criba que debe efectuar el consejo de redacción de un suplemento antes de que
un libro tenga la fortuna de pasar por las manos de un crítico. Así lo expresa
Rafael Conte:
La acumulación informativa
es de tal magnitud que su propia cantidad cierra el paso a la crítica. También
no deja de ser cierto que la información no puede ser completa, por lo que se
ve obligada a ser selectiva; pero entonces toda selección abre el paso a la
arbitrariedad, a la sospecha de que la manipulación y la censura pueden volver
a escena. [13].
Así, como advierte
Sanz Villanueva, un recorrido aproximativo por las páginas culturales de la
prensa permite deducir la reincidencia de unos cuantos criterios. “Privilegiar nombres
de prestigio o de moda, tener en cuenta las relaciones personales de un autor,
la imagen de un editor o el peso económico de una editorial” [14],
son hechos que buena parte de la crítica admite como habituales. A éstos,
habría que sumar el lógico privilegio que gozan las editoriales que pertenecen
a los mismos grupos empresariales que los diarios. A este respecto, Ricardo
Senabre opina lo siguiente:
El responsable de la
publicación o del suplemento debe evitar con exquisito cuidado reincidir
excesivamente en la reseña de las obras de las mismas editoriales. Claro está
que hay empresas más productivas, y es lógico que sus productos aparezcan con
más frecuencia que los de otras. Pero hay que precaverse contra la irradiación
de los grandes monopolios editoriales que, por serlo, pueden acabar ahogando a
ciertas empresas pequeñas que acaso tienen un catálogo muy selecto” [15].
Pero, como afirma
Sergio Gaspar, “no podemos ser ingenuos. En un suplemento hay ciertos autores
de la casa que son críticos y narradores y lo tienen fácil para salir.
Asimismo, editoriales como Anagrama o Alfaguara producen tal volumen global que
no necesitan poner publicidad para aparecer [16].
Por todo ello, se
denuncia que los nombres famosos obtienen un tratamiento privilegiado. “Los
periódicos se pelean”, explica Sanz Villanueva, “por ser los primeros en
incluir la reseña de una nueva obra de Pérez-Reverte o Gala, por ejemplo. Se
interpreta como una claudicación ante la fama, en perjuicio de autores poco
conocidos. El sentido común obliga a matizar lo siguiente: mal periodista y mal
periódico serían los que no atendieran a la actualidad que interesa a los
lectores. Un periódico está obligado a informar con diligencia sobre la
actividad de esos y otros autores populares, y a comentar sus nuevas obras,
porque constituye una demanda del público” [17].
También Ignacio
Echevarría coincide al afirmar que “sería descabellado obviar el comentario de
un autor por haber sido objeto de un premio literario o de una gran campaña
publicitaria (...) El mercado, con sus presiones, forma parte natural del campo
literario en el que el crítico tiene que aspirar a operar de un modo útil y
significativo [18].
Relaciones personales
Como ya se ha dicho,
los críticos que publican sus reseñas en los diarios de información general se
sitúan en el centro de un complejo nudo de relaciones que se establece entre
las instituciones que componen el campo literario. Unas relaciones que en
muchas ocasiones suscitan suspicacias. No en vano, son el origen de muchas de las
acusaciones que ponen en entredicho su honradez profesional.
Así, los vínculos que
unen a editores y críticos parecerían a priori poco relevantes en un escenario
en el que la literatura se sitúa al margen de la industria. Pero, como sabemos,
la producción editorial actual nada tiene que ver con la labor llevada a cabo
por los editores en épocas pasadas. Hoy, frente al conjunto de recursos al
alcance de un editor para promocionar a un autor o una obra, el crítico
representa bastante poco. Una campaña publicitaria bien organizada hace
relativamente inútiles los comentarios desfavorables del crítico. Pese a ello,
no debemos minimizar el papel del crítico hasta anularlo porque, como señala
Sanz Villanueva, “hay casos en los que la opinión compartida de la crítica
puede promover autores y consagrar libros, al margen de campañas de publicidad
directa” [19]. Por ello, los editores establecen lazos con él. “Lo
cuidan con algunas atenciones no muy costosas: presentaciones restringidas
acompañadas de comidas y cenas en restaurantes de moda, algún festejo lúdico,
etcétera”[20].
Pero las relaciones
de los editores con los críticos tienen una vertiente más comprometida por su
carácter lucrativo, pues no es extraño que los críticos ejerzan trabajos
ocasionales en las editoriales de las que luego comenta sus lanzamientos:
“asesoramiento de colecciones, realización de informes y notas, redacción de la
cubierta o solapa de los libros, intervención en el jurado de los
premios...” [21]. Esta situación, en opinión de Sanz Villanueva,
coarta la libertad del crítico:
Todo ello mediatiza
obviamente la libertad del crítico de forma indirecta. Y hay que unirle, en
ocasiones, una mediatización directa: la recomendación de un libro y el
encarecimiento descarado de sus cualidades. En el fondo, a las editoriales les
gustaría que los críticos fuesen el brazo armado de sus departamentos de
promoción” [22].
A este respecto,
Ricardo Senabre también considera que conservar la independencia no resulta una
tarea sencilla, puesto que “sobre todo en grandes ciudades, es frecuente que se
produzcan coincidencias en actos de presentaciones de libros, jurados o
convocatorias editoriales, y que el crítico acabe entablando relaciones
amistosas que puedan dificultar después la independencia de juicio” [23].
Otro tipo de
relaciones especialmente sensibles son las que se establecen entre críticos y
escritores. De hecho, ambos estamentos mantienen unos vínculos tan estrechos
que su influencia es recíproca y a menudo conflictiva; conflictiva porque la
materia con la que trabajan -la literatura- es difícilmente objetivable, y
porque la crítica que se publica en los diarios de información general, salvo
reediciones, se hace sobre obras de creación literaria escritas por autores que
fraguan su trayectoria artística en la actualidad. Este doble motivo provoca en
no pocas ocasiones acusaciones y reproches que envenenan una relación ya de por
sí difícil. Así, es habitual que el autor se sienta víctima del crítico cuando
recibe opiniones no favorables. Por el contrario, un elogio contundente hace a
menudo pensar en relaciones amistosas e intereses compartidos.
Creador y crítico
conviven con peligrosa frecuencia en cursos, en mesas redondas, incluso
publican en la misma editorial o escriben en un mismo medio de comunicación.
Todo ello limita en exceso la necesaria independencia que debe acompañar al
crítico para que su trabajo se efectúe con honestidad.
Perfil del crítico
El último eje
fundamental en torno al cual gira el metadiscurso crítico es el perfil
académico o la formación que deben poseer aquellos que publican sus recensiones
en los medios de información general. Influidos, sin duda, por su propia
experiencia personal y sus intereses, son muchos los que de una u otra manera
defienden un perfil idóneo para dedicarse a esta práctica. Simplificando,
existen dos corrientes fundamentales: los que consideran que la crítica de
literatura debe estar en manos de profesores del ámbito universitario
(filólogos que desempeñan su labor docente e investigadora en el campo de la Teoría
de la Literatura o la Historia de la Literatura); y los que defienden la
idoneidad de que las reseñas se encarguen a autores literarios.
Con frecuencia se
escucha la célebre frase que dice que detrás de un crítico se esconde un
escritor frustrado. Mario Vargas Llosa, por ejemplo, opina que muchos críticos
“llegaron a la crítica literaria dando un rodeo por el que fue su primer amor,
la creación, de la que con razón o sin ella se sintieron desengañados, un amor
que sin embargo siguió llameando siempre, con melancolía, detrás de los ensayos
y artículos que dedicaron a las obras ajenas” [24]. Algo que, para
Sanz Villanueva, no supone ninguna limitación, sino todo lo contrario: “El
conocimiento desde dentro del proceso de creación literaria puede constituir un
factor muy positivo” [25]; opinión que, lógicamente, se hace
extensiva a los creadores que ejercen la crítica. Es el caso de José María
Guelbenzu, quien defiende que “la crítica seria sólo la pueden ejercer los
profesores universitarios o los escritores” [26]. De los primeros,
considera que gozan de mayor independencia porque viven de su profesión, pero
les achaca que “trabajan con valores clásicos y seguros y suelen carecer de
gusto literario” [27]; de los segundos, considera que “la idea del
escritor español proviene del Romanticismo; se piensa que uno es escritor
porque tiene un don, y esa creencia le ha hecho reflexionar poco respecto al
oficio de escritor y a la interpretación de la literatura” [28]. A
pesar de ello, “tiene una libertad formal para jugar bazas más arriesgadas en
la interpretación” [29].
Finalmente, y
respecto al crítico que no pertenece a ninguna de estas dos categorías,
Guelbenzu sostiene que su tarea es más difícil porque nadie le paga su
independencia. Según él, sus críticas “no usan muchos referentes, tienden a
contar la biografía del autor y el argumento sin valerse de reflexión teórica,
confiando más en su palabrería que en la palabra de libro” [30].
A modo de conclusión
El debate sobre la
crítica de literatura como género periodístico en el campo cultural español
aborda únicamente cuestiones de orden ético y contextual. Pero sin que ello no
resulte necesario, hemos de constatar la necesidad de incluir en este debate
una reflexión teórica sobre su redacción -en particular, sobre el estilo y la
estructura-, puesto que en los suplementos culturales se publican de manera
rutinaria críticas que no respetan las especificidades del género que recogen
los manuales de Periodística. A nuestro juicio, la honradez y el buen gusto
resultan imprescindibles pero no suficientes a la hora de que la crítica
literaria de prensa cumpla su importante misión en el sistema cultural.
Notas
[1] Se puede
consultar un compendio de los textos relacionados con el caso Echevarría en: “El caso Echevarría-Babelia.
Sobre la independencia de la crítica”, Círculo Lateral, http:
//www.circulolateral.com/revista/debates/deb7.html, enero de 2004, (última
consulta: 20 de mayo de 2007).
[2] Ignacio
Echevarría, Trayecto, Barcelona, Debate, p.44.
[3] Domingo Ródenas
Moya (ed), La crítica literaria en la prensa, Madrid, Marenostrum, 2003, p.
93.
[4] Constantino
Bértolo, El ojo crítico, Barcelona, Ediciones B, 1990, pp. 12-13.
[5] Bértolo, “La
crítica literaria en los medios de difusión”, Letras Españolas 1976-1986, Madrid, Castalia y Ministerio
de Cultura, 1987, p.222.
[6] Hans Magnus
Enzensberger, “El crepúsculo de los recensores”, Diario 16, 19 de enero de 2002, p. 37.
[7] Ibidem.
[8] Ibidem.
[9] Santos Sanz
Villanueva, “El cazador cazado”, en La crítica literaria en la prensa, Madrid, Marenostrum, 2003,
p.31.
[10] Germán Gullón, Los mercaderes en el templo de la
literatura, Barcelona, Caballo
de Troya, 2004, p.12.
[11] Luis Goytisolo,
“La parte del crítico”, El País, 19 de enero de 2002, p. 19.
[12] Sanz Villanueva,
art. cit., p. 37.
[13] Rafael Conte,
“La crítica de la crítica”, Boletín informativo de la Asociación Española de
Críticos Literarios,
14, noviembre de 1988, pp. 7-8.
[15] Ricardo Senabre,
“Decálogo para una crítica sin normas”, en La crítica literaria en la prensa, Madrid, Marenostrum, 2003, p.
72.
[16] Sergio Gaspar,
“Vigencia de la palabra crítica”, Ajoblanco, 123, noviembre de 1999, p. 49.
[17] Sanz Villanueva,
art. cit., p.38.
[18] Echevarría,
“Vigencia de la palabra crítica”, Ajoblanco, 123, noviembre de 1999, p.48.
[19] Sanz Villanueva,
art. cit., p. 41.
[20] Ibidem.
[21] Ibidem.
[22] Ibidem.
[23] Ricardo Senabre,
art. cit., p.70.
[24] Mario Vargas
Llosa, “Patria portátil”, El País, 23 de julio de 2002, p.17.
[25] Sanz Villanueva,
art. cit., p.34.
[26] José María
Guelbenzu, ponencia ofrecida en el Curso de Verano de la Universidad
Complutense dirigido por Álvaro Delgado-Gal y Amalia Iglesias bajo el título
“La creación, el público y los críticos”, El Escorial (Madrid), 6 de septiembre
de 2003.
[27] Ibidem.
[28] Ibidem.
[29] Ibidem.
[30] Ibidem.
© Asier Arévalo Billelabeitia 2008
Espéculo. Revista de estudios
literarios.
Universidad Complutense de Madrid
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